Blog sobre Psicología

9 febrero, 2015

Reírnos de nosotros mismos y,¿Por qué no?

La vergüenza es una emoción pública, una emoción que surge de la desaprobación  de los demás y requiere de la presencia (real o imaginada) de los otros. Se da una evaluación negativa del yo. Por lo general, se trata de una experiencia desagradable que implica la interrupción de la acción y una cierta confusión.

Cuando experimentamos vergüenza lo más probable es que deseemos escondernos, desaparecer.  El famoso “Tierra trágame”. Tenemos la necesidad de huir de la situación aunque siempre no es posible, al menos de forma inmediata.

En el léxico de los anglosajones se diferencian dos tipos de vergüenza. Lo que denominan shame y embarrassment,  dos tipos de emociones diferenciadas. Se diferencian en el grado de gravedad, e intensidad del afecto. Shame surge en errores más serios, y muchas veces ante transgresiones de carácter moral. (Lewis, 1992, 2000).

El embarrassment se daría en situaciones que para nosotros sería corte, bochorno, apuro. Sería situaciones en las que interactuamos con torpeza, o desafortunados. Por ejemplo , tropezar delante de gente, ponerse la camiseta del revés.

En este artículo me centraré en el llamado embarrassment, experiencias de vergüenza más leves.

¿Qué nos puede provocar vergüenza?

Interacciones sociales poco afortunadas, como  situaciones en las que la persona actúa con torpeza, de forma despistada o desafortunada, por ejemplo tropezar delante de mucha gente, chocar contra algo o alguien, o simplemente  por ser objeto de la atención ajena sin cometer fallo alguno, en este caso se puede sentir vergüenza en situaciones positivas, como por ejemplo sentirse el foco de atención de mucha gente, como al hablar o actuar delante de público.

Cuando experimentamos vergüenza hay señales como el rubor facial (ponernos rojos) que les comunica a los demás que aunque hemos actuado de ese modo, compartimos las reglas sociales. Además del rubor facial otros parámetros fisiológicos son el aumento de la presión arterial y el ritmo cardíaco y la alteración de la respiración.

Funciones de la vergüenza

Como todas las emociones, la vergüenza cumple con su función adaptativa, posee una función autorreguladora ayudando a las personas a evitar transgresiones y conductas inapropiadas (Barret, 1995; Nathanson; 1987).

Las conductas tienen que adecuarse una serie de normas sociales para un buen  funcionamiento, esta emoción nos protege de conductas inconvenientes, es como si nos mirásemos en un espejo y nos evaluásemos.

Algunos estudios han encontrado que la vergüenza tiende a asociarse con la ira. Así se ha constatado que las personas tendentes a la vergüenza suelen ser también tendentes a los sentimientos de ira, hostilidad, resentimiento y suspicacia.  La disposición a experimentar vergüenza se asocia a una mala regulación de la ira.

Existe un consenso respecto a la asociación entre la tendencia a experimentarla y la vulnerabilidad a problemas psicológicos. Estudios empíricos  muestran asociación con la depresión, la ansiedad, la baja autoestima, los trastornos de alimentación y la sociopatía subclínica.

En otro polo,  una deficiencia o pobre regulación puede resultar desadaptativa. Como por ejemplo en personas con daño cerebral donde esté afectada la corteza frontal.

Teniendo clara la función de la vergüenza para protegernos frente a conductas socialmente inadecuadas, algunas veces la vergüenza nos impide realizar acciones, interactuar con otros o simplemente nos hace pasar un rato desagradable al interpretar situaciones donde le damos más importancia o donde habiendo un grano de arena hacemos una montaña. Me refiero a situaciones cotidianas que a todos nos pasan o nos pueden pasar. Como ir tranquilamente por la calle y pisar una caca de perro, equivocarnos al decir alguna palabra delante de gente, o situaciones donde actuamos desafortunados o con torpeza. En estas situaciones en las que alguno le gustaría desaparecer por un momento, se puede contemplar otra alternativa. Si interpretamos de otra manera esas situaciones, llegan incluso a ser cómicas, anécdotas donde se rompe la rutina que día a día nos invade y oye, ¿Por qué no reírnos de nosotros mismos?

Por poner un ejemplo personal. Recuerdo que cuando era adolescente, al levantarme temprano y medio dormida al vestirme tuve un pequeño despiste, confundí dos modelos de zapatillas y me puse una zapatilla de cada modelo. A mi favor he de decir que eran muy parecidas, lo único que cambiaba era el color del símbolo de la marca. Acudí a clase y  allí me di cuenta, estuve todo el día experimentando vergüenza por mi confusión, no quería que nadie lo notara, ¡Qué vergüenza! un “tierra trágame”. Era lo que pensaba en ese momento.

Analizando la situación lo que en aquel tiempo fue una situación que me provocó vergüenza, hoy simplemente lo cuento como una anécdota y seguro que si me volviera a pasar, actuaría de otra forma. Realmente, ¿Qué es lo peor que pudo pasar en esa situación? Lo peor para mí hubiese sido que se enteraran todos de mi despiste y que se rieran por ello. ¿Eso realmente hubiese sido tan grave, hubiese podido soportarlo o vivir con ello? Estas preguntas nos las tenemos que plantear porqué la gran mayoría de veces le quita gravedad a lo ocurrido y nos ayuda a desdramatizar situaciones.

Lo que quiero decir con esto es que nosotros somos dueños de nuestros pensamientos y de la gestión de las emociones, de ello depende que de una situación la veamos como catástrofe o simplemente la gestionemos de una manera adaptativa que nos permita ahorrarnos malestar.

Alba Rosique

About Alba Rosique

Licenciada en Psicología por la Universidad Jaime I de Castellón, ha complementado sus estudios con el Máster en Psicología Clínica y de la Salud en adultos y el Posgrado en Psicología Clínica Infantojuvenil, ambos del Instituto Superior de Estudios Psicológicos (ISEP).

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